Sur,
paredón y después...
Sur,
…Ya nunca alumbraré con las estrellas nuestras marchas sin querellas por las noches de Pompeya. Julio sentía el sonido del bandoneón como si se tratara de un suspiro inverso que se adentraba en él, un nostálgico suspiro que desgajaba su conciencia hacia un más atrás…cuando aquella arena todavía no había sido arrebatada por la vida. Ya no existía nadie más, a parte de aquel reflejo fiel que lo saludaba cada mañana con una leve sonrisa de complicidad desde el espejo. Todos los chicos habitaban en el más sin nada, y también ella, aunque sintiera su pálida mano acariciando su vetusta nuca, todavía.
Todos eran nadie mientras él, un viejo porteño, cerraba sus ojos y se dejaba invadir poco a poco por aquella lagrima transformada en agudo suspiro tecleado. El presente tan lejano y ese suspiro…lo iban arrebatando en medio de desconocidos, en la semioscuridad de un antro perdido entre nada suburbana…Todo ha muerto, ya lo sé. Entonces, abrió lentamente sus ojos y miró, talvez sin sorpresa, aquel ahuecado cilindro plateado, frío y circular con un destello final que truena a relámpago cercano.
Y quedó suspendido, ido, flotando...
Y otra noticia de Sicariato se hizo presente en los diarios...
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