sábado, 30 de octubre de 2010

A veces despertar es esta sucesión de imágenes que flotan en el vacío, como en un sueño. Una maldita pesadilla, una comedia sin sentido mientras en la radio una vieja canción de Joplin te susurra que el sol no trae un nuevo día, jamás. Veo sombras cafes bailando con el indiferente sol. Las voces sin sonido turban mi razón. Y tu sonríes, irreal. Solo óptica, solo luz reflejada, del pasado hacia acá…eres solo un reflejo en el espejo, en las ventanas, en un minúsculo charco de agua perdido en la ciudad.

Para Malena despertar era una extraña parodia, un aburrido simulacro de días mejores sin nubes negras. Era confusión, algo de maldad, la certera intuición de que un día transformada en diosa podría ser inmortal.

Salimos a la calle, malditos.

Disfrazados de lo que no somos.

Olvidando de a poco.

Animales del tiempo. Homo sapiens, sapiens no tan sapiens.

Y sí, miramos el cielo tan lejano y nuestro infierno tan cercano, adentro.

Para Tiago Nihil, en una cuerda floja sobre el abismo desbordante de nada, su nombre sabe a irrealidad, a disolución, a un posible y certero final.

martes, 19 de octubre de 2010

Lo acepto, soy un antisocial. No he encontrado mayor placer en la vida que el caminar solo, en la noche, con un tabaco en la mano, por calles angostas rodeado de árboles e imaginando una historia siniestra por cada casa vieja que se alza y sobrevive detrás de blancos muros; o rodearme de personas tan silenciosas y enigmáticas como abismos.

Las calles son similares a laberintos oscuros que se dejan invadir de luz dorada en cada esquina, laberintos de sombras donde es imposible distinguir el tenue límite entre la realidad y la ficción. Los arboles son titanes de hojas verdes, de silencio agua nocturna. No dicen nada y está bien.

Llego a un cine, me siento a fumar y el primer abismo, único e irreverente, con un vaso de vodk se acerca a conversar. De la nada, de todo, del último asesinato que sorprende pero no conmueve a la ciudad.

domingo, 17 de octubre de 2010

"Lluvia de fuego."



Dien Bien Phu.
Junio de 1953.
La armada Vietminh se enfrenta contra el ejército expedicionario francés (la legión extranjera), he aquí un extracto del cuaderno de un jefe de batallón comunista del 17 de Enero:

"En aquel momento pareció como si el infierno se desencadenara ante mis ojos. Provenía de unos grandes contenedores de forma ovoidea lanzados del primer avión. Enormes llamaradas, quizá de un centenar de metros, surgieron destructoras en medio de mis soldados (...). Mis hombres se dispersaron por todas partes y no logre detenerlos. Nadie es capaz de permanecer inmóvil ante un alud de fuego que se desparrama en todas las direcciones quemándolo todo. Estábamos totalmente rodeados de llamas. Huimos hacia el oeste a través de arbustos y matas de bambú...la infantería francesa se había lanzado al ataque; percibíamos claramente sus gritos de combate. Llegamos a donde estaba la sección de reserva y el teniente que la mandaba, con los ojos como platos, preguntó: ¿Qué es eso? ¿La bomba atómica?"

El valor, la disciplina y el fanatismo de los batallones comunistas fueron insuficientes ante "el fuego que caía del cielo". Aquella arma, de la que ni se había oído hablar, causó en ellos los estragos del fuego, añadidos el pánico que les supuso la sensación de que estaban sufriendo un castigo sobrenatural...


"You smell that? Do you smell that? Napalm, son. Nothing else in the world smells like that. I love the smell of napalm in the morning.You know, one time we had a hill bombed, for twelve hours. When it was all over I walked up. We didn't find one of 'em, not one stinkin' dink body. The smell, you know that gasoline smell, the whole hill. Smelled like …
Victory."

(Lieutenant Colonel Bill Kilgore - Apocalypse Now)

sábado, 2 de octubre de 2010

Remington.

La vieja jaula de huesos coronada por una gris calavera sonriente, contra y sobre un muro, debía ser el amargo vestigios de un antiguo escritor que ignorado y casi invisible se iba convirtiendo en polvo en una céntrica calle de la ciudad.

Y entre sus cadavéricas manos la encontré, vieja, descolorida e ignorada . Era Remington, una maquina de escribir con ojos en lugar de teclas y lágrimas como mágica tinta que había plasmado letras inertes sobre viejas hojas marchitas y las leí, atraído por una curiosidad autómata: "caminen e ignoren mi presencia, por el resto de los días", lo que se cumplía con maquinal precisión.

Absorto, había suspendido toda marcha sobre la vereda y escribí, con emoción profana: "salten" y tras una leve canción de teclas, ellos saltaron. "Olviden" y los vi confundidos sin pasado...

Y escribí una historia de días repetidos bajo los rayos de un mismo sol y ellos los viven, inconscientes, sin saber que yo los he escrito...son felices y tristes en el lento divagar de su letargo que no conduce a ningún lado.

Ni un día, ni una hora, ni un minuto ha pasado desde aquella tarde cotidiana. Y en sus cabezas han pasado años. El mismo sol se burla de ellos, se contagia de mi risa. De una leve sonrisa, por que no sé si todavía existo...