La tarde se va, la tarde viene, la tarde es inercia. A través de unas hojas verdes lo observo, casi lo espío. Está de pie, frente a su ventana, espiando otra casa con unos binoculares.
La sala del exilio se llena de humo y frenéticos saltos.
El gramófono estalla, sin estallar.
Y las risas enajenadas de una turba encerrada celebran esta sutil abolición del tiempo.
No hay luz... solo el indiscreto resplandor del cielo anaranjado que se filtra por las persianas e ilumina como una diagonal el espacio oscuro entre nosotros y la gélida ventana.
Afuera una nube amarilla se funde con el tedio gris de esta tarde imaginaria. Y vuelvo a espiarlo. El sigue observando con sus binoculares, ahora me observa a mi...
Y una mueca de horror, lentamente, se dibuja en su rostro.
No es habitual divisar una cabeza desangrada entre las manos de un hombre que lo saluda con una risa destemplada.
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