La noche empezaba a caer y estaban, solos, bajo el cielo nublado. Respiraban y el aire frío entraba por sus narices, pasaba por sus pulmones y llenaba todo su cuerpo de nostálgica agonía que exhalaba a toda velocidad, de nuevo, por sus narices en forma de neblina blanca, como el humo del cigarrillo que de a poco se iba acabando mientras sentado en un café miraba la calle y a los carros que aceleraban sobre el asfalto mojado.
Un pájaro amarillo volaba sobre su cabeza y desaparecía cuando el motor de uno de los autos sonaba. La vitrina de aquel café permanecía repleta de reflejos, de rostros apáticos que caminaban como autómatas. Y de repente era su rostro, un deforme reflejo desconocido. Tomó, de un golpe, aquel shot de arenita y la vio entrar...Despeina y pintada los pulgares de pintura azul y verde. Llevaba aquel día esos zapatos blancos, que habían dejado de ser blancos, culpa del tiempo y la sucia ciudad.Vio la botella de arenita sobre la mesa y estalló de alegría. Aquel licor traía a su memoria y a su razón, el desajuste y el extravagante delirio de las carreteras vacías al mediodía y entonces la tragedia azotó su tarde, el cuerpo de una joven fue encontrado al borde de la carretera. Estaba intacta, impecablemente blanca, murió de causas desconocidas a la madrugada de un martes triste, identidad desconocida. Así que decidieron llamarla "La desconocida", tenía una cámara en sus manos, llena de extrañas fotos al cielo, las nubes y a oscuros árboles solitarios.
¡Movió una mano!...Creyeron que movió una mano y el sonido de los huesos inertes que cobraban vida de a poco, los estremeció. Se convencieron de que todo había sucedido solamente en su mentes cansadas. Todo era absurdo, nada existía con ese calor de astro asfixiante. Solo eran dos puntos perdidos en un desierto, dos espectros, dos sombras que se deleitaban viendo espejismos inertes, tristes siluetas multicolores. Y gritó, gritó como nunca lo imaginó. El eco de ese grito resonó en la habitación oscura, sus oídos se llenaban de ese ruido deforme, asfixiante...
...El alguacil estaba sentado, a la hora del almuerzo, cuando un globo que iba al cielo se interpuso en su mirada, y un grupo de niños borrachos saludaban con pañuelos blancos al cielo mientras gritaban entre risas: ¡Chao Poveda!...