Las calles dejaron de ser lo que fueron, están sucias y vacías, plagadas de cadáveres mutilados y fantasmas de viejos árboles, atestadas de suciedad (…) y tumbas de cemento. Las tumbas cambian de calle en calle, de barrio en nada. Unas blancas, otras grises, de cemento o de madera con cielos de Eternit. Aquellas tumbas decididas a asesinar a los viejos dioses de madera. En una de ellas vivo yo, el vecino del nigromante.
De un misterio velado de oscuridad y verjas sucias se inunda la casa del nigromante, de calaveras y hierba mala. Cortinas amarillas guardan su secreto del mas allá, ha vencido a la muerte y no necesita resucitar. Acudí a su sombra de siglos y ocasos con la curiosidad de un snob, atraído como un poseso por la arquitectura del lugar, salté las rejas y caí en la jungla donde un letrero daba la bienvenida en letras de sangre, diciendo: “Todo placer quiere eternidad, quiere profunda, profunda eternidad”
Venciendo el desconcierto de saberme adivinado avancé chiflado hasta la puerta abierta rodeada de papiros y casos de vudú sin resolver, perdido entre galerías de madera choque con el reflejo en el espejo, el reflejo estático y sin sentido de una niña decapitada, miré a mí alrededor pero no estaba, existía como un reflejo entre la oscuridad y el polvo. Un sonido perdido hipnotizó mi sentido y silenció mi razón, era la siniestra carcajada del nigromante de Canaán, esperando mi llegada desde hace años.
Al final lei en sus ojos las visiones del futuro y las perdí junto a mi alma, percibí pesadillas de eterno retorno, realidades imposibles y demonios, y ya nunca logre salir de aquella casa perdida sin ser adivinada entre edificios y normales casas, unas blancas otras grises, de cemento o de madera…
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