Dicen.
La luz de la ciudad devora a sus apáticos inquilinos.
El más violento orgasmo
vale igual
que el primer grito
que escapa de la asfixia.
Nuestra amarga risa es espejo
Del infinito deseo mortal
Que esconde nuestro pecho.
Vida que te escapas y no vuelves
Latido petrificado por escultoras manos.
La insidia yace en lo oscuro
En el orgíastico ritmo
Que nos vuelve humanos.
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