Por ríos de asfalto un taxi nocturno va acelerando, la pura inercia sin voluntad lo pierde de a poco en laberintos de silencio animal, de murmullos humanos. Se guía por el tenue resplandor de estrellas nocturnas que en cada esquina y de tres en tres, solitarias, se van repitiendo. Un taxi nocturno desborda soledad en la fría neblina de la ciudad sin rostros que nos cobija. De esta vieja ciudad vagamente iluminada, casi dormida…
Espectros, deberían llamarnos espectros, las caras tristes del servicio público, los cuerpos cansados, las almas mutiladas por los años. Odio los buses, no por su apestoso olor a humanidad cansada. Los odio por su tristeza, por esos ojos que miran el vacío y a la nada. Esos ojos que miran sin sorpresa y me transforman en abismo…Los detesto, detesto sus miradas inquisitivas, sus corazas, su incapacidad de rebelión, su conformismo. Odio a esos espejos urbanos pintados de gris costumbre, de mortal destino.